El placer en el sexo y la eficiencia en el tenis, el yoga o el baile proviene de conectar tramos de piel cada vez más amplios, que integren pinzas cada vez más sutiles, formando «una cadena de observadores» que va desde la pinza de un muslo contra otro hasta la de los labios entre si y los párpados tensionándose para enfocar y sentir al otro.
El orgasmo, bostezar, danzar, el saque en el tenis, los actos automatizados y/o compulsivos como prender un «pucho» encadenan una cascada de pinzas y piel igualmente automatizada.
En cualquiera de estas actividades, un ritmo «chong girar va la tung» integra en la nariz, la voz y el pulso esa cascada de secuencias musculares (observadores). En ningún momento, salvo en el orgasmo creemos que romper esa cascada sea algo placentero.
La humanidad amparada en su analfabetismo sensible abusa de su más preciosa energía espiritual sensible, sólo la conecta total e inconsientemente de un modo automátizado en el orgasmo.Habla de sexo sin mencionar la energía, lo cual es como hablar de matemáticas sin mencionar los números.
La supersexualidad trasciende el manejo normal y anormal que se hace del sexo y enseña una vía espiritual sensible para trascender el orgasmo automático y hacer de cada respiración un orgasmo y de cada orgasmo una respiración.